León.- La derrota del León ante Pumas duele en serio, cala en el hígado.
Era ganar y meterse de lleno en la zona de calificación. La combinación de resultados en la jornada 14 le daba a la Fiera la brillante oportunidad para ser de los primeros.
Era superar al penúltimo lugar de la tabla general, un equipo que no sabía ganar de visitante hasta antes de visitar a un León que hoy por hoy, no sabe ganar de local.
Era manifestar que el triunfo ante Monterrey no fue obra de la casualidad y que se podía pensar en una reacción verdadera en la recta final del torneo.
Ante los universitarios el León tuvo mayor tenencia de la pelota y derrochó jugadas vistosas que de nada sirvieron. León dominó contra los Pumas en las estadísticas que terminan siendo solo números si no se gana en la de mayor importancia, la que refleja el marcador.
El domador decidió no repetir un cuadro que había vencido una fecha atrás. Por el contrario, le abrió la puerta a la jerarquía ingresando a Ángel Mena y Osvaldo Rodríguez, pero la dupla que intentaron formar Víctor Dávila y el ecuatoriano en punta no cuajó, sin química ni cercanía.
Tal vez aquí, en esta idea y en este movimiento, estuvo uno de los pecados de Holan. Otro pecado, meter como solución a un Santiago Ormeño que sencillamente no está presente en el torneo.
Conforme el tiempo avanzó, las ideas de los Esmeraldas se rezagaron en el partido. Con muy poco, Pumas se adueñó de la confianza y con esta supo capitalizar las contadas llegadas que diseñó para parársele a Rodolfo Cota.
Con el partido pendiente que tiene contra Cruz Azul y otros tres duelos más por jugarse, la Fiera sigue a una distancia cercana para pensar en meterse directo a la Liguilla.
La cuestión radica en saber qué tanto el León quiere tener este destino en sus garras. Por lo menos ante Pumas, desechó el triunfo y fue fiel a su tradición de levantar muertos.